Este fútbol no hace bien a los futbolistas
Empieza a ser una costumbre que cada jueves, mientras relleno estos folios, alguien relacionado con alguna de esas tramas de corrupción que, a falta de cualquier otra iniciativa de Gobierno marcan la actualidad política de nuestro país, esté declarando ante el Supremo. Esta vez le toca a Ábalos, la piedra sobre la que el dios Pedro construyó el sanchismo, encumbrado como secretario de Organización del PSOE en el 39 Congreso Federal celebrado en 2017 en Madrid. Es cierto que desde entonces ha llovido mucho y al siguiente congreso, celebrado precisamente en su ciudad natal en 2021, acudió como un simple "militante valenciano con más de 40 años de carné socialista", tras haber sido fulminantemente apartado del Ministerio y de todos sus cargos en el partido. "No soy delegado ni miembro de nada", explicaba a su llegada.
Ahora ha pasado a ser "esa persona de la que usted me habla" y poco más, un renglón torcido de Pedro, tan escrupuloso con estas cosas de la corrupción que en cuanto tuvo el primer indicio tomó "medidas". Claro que se refiere a febrero de 2023 y no a por qué le defenestró en julio de 2021. Aquello obedecía, según el presidente, a la necesidad de renovar un gobierno quemado por la pandemia, pese a que la gestión fue modélica y salimos más fuertes sin dejar a nade atrás, salvo quizá a los 150.000 muertos o así, porque a día de hoy seguimos sin tener una cifra oficial.
Así que anda Ábalos tal vez tratando de explicar lo de sus chalés, el piso de Jessica, las cosas de Koldo y su habilidad para conseguir mascarillas, o esas presuntas comisiones para adjudicar obras públicas. Y todo por un informe de la UCO, que ya nos ha dicho la fiscalía que no siempre están bien hechos, al menos cuando afectan a su jefe. Pero lo cierto es que por mucho que se esfuerce, por muy convincente que resulte a la hora de desmentir todas las "inventadas" de ese Aldama al que apenas conocía de vista, ya no tiene remedio. Incluso aunque la causa contra él quedase en nada, que ya es mucho suponer, nunca volverá a ser readmitido en la iglesia. Pedro ya le ha condenado y del fuego de su cólera nadie sale vivo.
No deja de ser curioso lo caprichoso que es el pulgar de Pedro. Arriba para Begoña y su talentoso hermano el compositor, para todo su Gobierno, para todo su partido, pero abajo para Ábalos, ese hijo pródigo al que nunca salió a defender, ni siquiera en febrero del año pasado, cuando empezamos a saber de este enredo de las mascarillas y de las andanzas de Víctor y Koldo. Cuando Sánchez le echó del partido, sobre Ábalos no pesaban ni acusaciones ni imputaciones, ni siquiera se le mencionaba en uno de esos dudosos informes de la UCO.
Pero explicaba el Gobierno que era culpable de haber hecho la vista gorda con Koldo. Y no decía, aunque hubiera sido un detalle, que sobre todo había traicionado la confianza del líder intachable e impoluto, al que por supuesto nadie echará en cara siquiera la posibilidad de haber hecho la vista gorda con su número dos y mano derecha. Por si fuera poco, Ábalos se negó a obedecer una orden de Sánchez, la de entregar su acta de diputado. Y este es un pecado para el que no hay perdón. Conduce derecho al infierno, pese a que si hoy es diputado es porque el todopoderoso le incluyó en esas listas electorales tan democráticas que hacen en el PSOE desde que Sánchez devolvió el poder a la militancia.
No habrá paz para los malvados, que diría Enrique Urbizu, y ya sabemos que es Pedro el que decide quién va al cielo o al infierno, que para eso tiene esas llaves con el poder de atar y desatar que figuran en el escudo de los Papas. En cierto modo, y salvando las distancias, Ábalos va camino de ser un mártir, y resulta gracioso si no fuese estremecedor, que el que le ascendió a los cielos del partido y el Ministerio, el que le colocó luego en el purgatorio del Congreso de los Diputados y luego le envió al infierno, es el que acusa, día sí y día también, a los jueces de conjurarse contra él.
La última ha sido esta semana, en esa copa de Navidad que ofrece en su celeste palacio monclovita a los periodistas. Decía y repetía Sánchez en los corrillos que se formaban en los jardines de su edén, abiertos por un día a los plebeyos a sueldo de los pseudo medios y de los "tabloides digitales", que el PP "juega con las cartas marcadas" en los procesos judiciales y que los jueces "contribuyen a hacer oposición al Gobierno". Y pese a este convencimiento, sin duda sincero, lo de Ábalos no le suscita ni la más mínima duda. ¡Qué cosas!
Pero dejando a un lado lo de Ábalos, esto que hace Sánchez es una acusación gravísima, que corroe los cimientos de todo el sistema democrático, en el que por supuesto el presidente no cree. Quizá debería aplicarse eso que dice su propia portavoz, Pilar Alegría: "Cuando uno acusa, lo mínimo que se le pide es que aporte pruebas". Claro que pilar se refiere a Aldama. Todo lo que haga Pedro tiene bula. Para eso es el presidente que se ha dedicado durante tres años a destruir la sentencia del Supremo contra aquellos que más gravemente amenazaron la convivencia y la democracia de todos los españoles, primero con indultos y luego con la amnistía, ríete tú de Biden con lo de su hijo. El que utiliza a la Abogacía del Estado para querellarse contra el juez que investiga a su señora, el que, en 2022, cuando todavía no había podido colocar a Pumpido ni a su exministro en el Constitucional, acusaba al Tribunal de participar en "un complot de la derecha y la extrema derecha para amordazar al Parlamento".
Para el presidente, la democracia y la justicia sólo lo son si juegan a su favor. Decía Santos Cerdán, el de las negociaciones en Suiza, preguntado por las acusaciones de Aldama, que "un delincuente no te puede marcar la agenda política". Pero Sánchez tendrá ahora que empezar a mover el culo, como la ha exigido Nogueras. Y a recapacitar sobre qué es lo que votó la gente en 2023, que según Belarra fue a la izquierda y no a los cachorros de Repsol, que lo único que quieren es librar de impuestos a las energéticas. Es raro que, si eso es lo que votó la gente, luego no salgan las cuentas en el Parlamento. Pero en fin, que espabile Pedro, no vaya a ser que al final se quede sin presupuestos y tenga que fiarlo todo otra vez a la muerte de Franco y a ese gran poder suyo, que aunque no sea muy democrático, es totalmente divino.